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“LA ACCIÓN RESTRINGIDA” Stéphane Mallarmé, 1897

Trad. española: “La acción restringida”, en Stéphane Mallarmé en
castellano, vol. III: Divagaciones. Lima: Pontificia Universidad
Católica del Perú, 1998, pp. 227-232.

Varias veces llegó un Camarada, el mismo, este otro, para confiarme la
necesidad de actuar: ¿qué pretendía? Como el dirigirse a mí anunció por
su parte, también, en él, joven, la ocupación de crear, que parece
suprema y triunfar con palabras; insisto, ¿qué quería decir
expresamente?

Aflojar los puños, en ruptura de sueño sedentario, para un
enfrentamiento a puntapiés con la idea, así como brota un ansia o
moverse: pero esta generación parece poco agitada, más allá del
desinterés político, por el afán de hacer disparates con el cuerpo.
Salvo la monotonía, claro está, de enrollar, entre las corvas, sobre la
calzada, con el instrumento favorito, la ficción de un deslumbrante riel
continuo.

Actuar, sin esto y para quien no cree que el ejercicio empiece en el
fumar, significó, te comprendo visitante, filosóficamente, producir en
muchos un movimiento que te da, a cambio, la emoción de sentir que tú
fuiste su principio, y por lo tanto existes: algo de lo cual, nadie de
antemano cree estar seguro. Esta práctica comprende dos maneras; o, por
una voluntad, ignorada, que dura toda una vida hasta el múltiple
estallido –pensar, esto: de otro modo, los vertederos ahora al alcance
para una previsión, periódicos y su torbellino, determinar en ellos una
fuerza de sentido, cualquiera contrariada por muchos, con la inmunidad
del resultado nulo.

Al gusto, según la disposición, plenitud, prontitud.

Tu acto siempre se aplica al papel; pues meditar, sin huellas, se vuelve
evanescente, por más que se exalte el instinto en algún gesto vehemente
y perdido que buscaste.

Escribir –

El tintero, cristal como una conciencia, con su gota, en el fondo, de
tinieblas relativa a que alguna cosa sea: luego, aparta la lámpara.

Te diste cuenta, no se escribe, luminosamente, sobre un campo oscuro, el
alfabeto de los astros, solo, se indica así, esbozado o interrumpido; el
hombre prosigue negro sobre blanco.

Este pliegue de encaje oscuro, que contiene el infinito, tejido por mil,
cada uno según el hilo o prolongamiento, ignorado su secreto, reúne
arabescos distantes donde duerme un lujo por inventariar, estrige, nudo,
follajes y presentar.

Con tan escaso misterio, indispensable, que subiste, expresado, un poco.

Ignoro si el Huésped circunscribe perspicazmente su predio de esfuerzo:
me gustaría señalarle,también, ciertas condiciones. El derecho a no
consumar nada excepcional o que rehuya las maniobras vulgares, se paga,
en todos los casos, con la omisión de sí y, se diría, con la muerte como
tal. Proezas, las ejecuta en el sueño, para no importunar a nadie; pero
todavía el programa continúa expuesto para los que no le hacen caso.

El escritor, con sus males, dragones que ha mimado, o con un regocijo,
debe instituirse, en el texto, como histrión espiritual.

Piso, araña de cristal, obnubilación de telas y licuefacción de espejos,
en el orden real, hasta los saltos excesivos de nuestra forma encubierta
en derredor de una detención, de pie, de la estatura viril, un Lugar se
presenta, escena, engrandecimiento ante todos del espectáculo de Sí
mismo; allí, en razón de los intermediarios de la luz, de la carne y de
las risas el sacrificio que hace el inspirador, con respecto a su
personalidad, culmina completo o bien, en una extraña resurrección,
acaba con él: cuyo verbo repercutido e vano en lo sucesivo se exhala por
medio de la quimer orquestal.

Una sala, él se celebra, anónimo, en el héroe.

Todo, como funcionamiento de fiestas: un pueblo da testimonio de su
transfiguración en verdad.

Honor.

Buscad, por donde sea, algo semejante –

Se le reconocerá en estos inmuebles sospechosos que se destacan, por una
sobrecarga en lo trivial, del común alineamiento, con pretensión de
sintetizar los sucesos de un barrio; o, si algún frontispicio, conforme
al gusto adivinatorio francés, aísla, en una plaza, su espectro, yo
saludo. Indiferente a lo que, aquí y allá, se esparza como la llama de
reducidas lenguas a lo largo de tuberías.

Así la Acción, en la forma convenida, literaria, no vulnera el Teatro;
se limita en él a la representación… inmediato desvanecimiento de lo
escrito. Que acabe, en la calle, en otro lugar, ésta, la máscara cae,
nada tengo que ver con el poeta: perjura tu verso, solo está dotado de
un débil poder exterior, preferiste alimentar el resto de intrigas
cometidas al individuo. Para qué sirve precisarte, sabiendo desde niño,
como yo, que solo conservé noción de ello por una cualidad o un defecto
exclusivos de la infancia, este punto al que todo, vehículo o
colocación, se ofrece ahora al ideal es contrario a él – casi una
especulación, sobre tu pudor, para tu silencio – o defectuoso, no
directo y legítimo en el sentido que hace un momento ha querido un
impulso y viciado. Como nunca basta el malestar, voy a aclarar,
seguramente, con digresiones próximas en cantidad necesaria, esta
recíproca contaminación de la obra y de los medios: pero, antes, ¿no
convino ampliamente que se expresaría, al igual que un cigarro, mediante
juegos circunvolutorios, cuya vaguedad, cuando menos, se trazara sobre
la luz eléctrica y cruda?

Un delicado ha padecido, así lo espero –

Exteriormente, como el clamor de la inmensidad, el viajero percibe la
angustia del silbato. “Sin duda”, se convence: “atravesamos un túnel –
la época – éste, largo el último, que se arrastra bajo la ciudad antes
de la estación omnipotente del virginal palacio central, que corona.” El
subterráneo ha de durar, oh impaciente, lo que tu recogimiento en
preparar el edificio de alto cristal enjugado con un impulso de la
Justicia.

El suicidio o abstención, no hacer nada, ¿para qué? – Por única vez en
el mundo, pues siempre en virtud de un acontecimiento siempre que
explicaré, no hay Presente, no – no existe un presente. Por falta de que
se manifieste la Muchedumbre, por falta – de todo. Mal informado quien
se proclamase su propio contemporáneo, desertando, usurpando, con el
mismo descaro, cuando ya cesó el pasado y tarda un futuro o ambos
vuelven a entremezclarse en forma perpleja con el designio de enmascarar
el distanciamiento. Fuera de los editoriales de los periódicos
encargados de divulgar una fe en la nada cotidiana e inexpertos si el
periodo de la calamidad es un fragmento, importante o no, de siglo.

Defiéndete, entonces, y mantén tu presencia.

La poesía, consagración; que intenta, en castas crisis y en aislamiento,
mientras avanza la otra gestación en curso.

Publica.

El Libro, donde vive el espíritu satisfecho, en caso de malentendido,
obligado uno por cierta pureza de retozo a sacudir lo importante del
momento. Impersonificado, el volumen, igual que de él te separas como
autor, no reclama aproximación de lector. Él, que te conste, entre los
accesorios humanos, tiene lugar solo: hecho, siendo. El sentido
soterrado se mueve y dispone, en coro, unas hojas.

Lejos, la soberbia de poner en entredicho, incluso en cuanto a los
fastos, el instante: se comprueba que un azar niega en él los materiales
de confrontación con ciertos sueños; o ayuda a una especial actitud.

Tú, Amigo mío, a quien no hay que deducir años ya que paralelos a la
sorda labor general, el caso es extraño: te pido, sin juicio, por
carencia de considerandos súbitos, que trates mi indicación como una
locura, no lo escondo, rara. Sin embargo, la modera ya esta sabiduría, o
discernimiento, de si no es mejor – en vez de arriesgar sobre un estado
circundante cuando menos incompleto, ciertas conclusiones acerca del
arte extremas que pueden deslumbrar, diamantinamente, desde ahora para
siempre, en la integridad del Libro – ejecutarlas, pero y por un
trastorno triunfal, con el mandato tácito de que no exista nada, que
palpite en el flanco inconsciente de la hora, mostrado en las páginas,
diáfano, evidente, no la encuentre dispuesta; aunque, tal vez, no sea en
otra donde deba iluminar.

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